lunes, 11 de septiembre de 2017

EL INTRÉPIDO Y VISIONARIO JAIME YANKELEVICH

A fines del siglo XIX arribó al puerto de Buenos Aires un barco cargado de inmigrantes provenientes de Europa del Este, entre ellos se encontraba el matrimonio Yankelevich que venía de Sofía, Bulgaria con sus 7 hijos. Uno de ellos llamado Jaime, estaba destinado a cambiar la historia de los medios de comunicación en Argentina.

La familia se instaló en la provincia de Entre Ríos donde el padre abrió un local de artículos eléctricos. Esa fue la escuela donde el muchacho dio los primeros pasos en el conocimiento de la incipiente industria electrónica.

Alrededor de 1920, Jaime que poseía una enorme carga de confianza en sí mismo y visión empresarial, decidió probar fortuna y se vino a Buenos Aires. Lo fascinó la ciudad con su actividad, sus más de 30 teatros y las primeras salas donde se proyectaban imágenes en movimiento, una invención llamada Lumiere.

                                  Jaime Yankelevich (1896-1952)

Instaló un local en un zaguán de la calle Entre Rios 940 donde armaba radios galenas y a la noche trabajaba como operador en el Cine 25 de Mayo a dos cuadras del negocio. 

Un día lo llamó de Flores un tal Penella, propietario de Radio Nacional, para que le arreglara unos artefactos eléctricos. Jaime agarró su bicicleta, se puso una escalera al hombro y con sus 140 kilos pedaleó hasta el local de la radio. Penella le adelantó que no estaba en condiciones de pagarle el servicio en aquel momento, pero a cambio podía publicitar su negocio. Jaime aceptó inmediatamente y esa noche, toda la familia junto a la radio, escuchó el aviso que anunciaba que la Casa Yankelevich arreglaba y vendía equipos de radio.

En ese momento tomó conciencia de la importancia de la radio como medio publicitario y de información. Si le quedaba alguna duda al respecto, ésta se le disipó por completo el día 14 de septiembre de 1923 cuando se produjo la pelea del siglo Firpo-Dempsey. Para esa ocasión instaló un parlante en la vereda que transmitió aquel evento histórico y el tráfico de la calle Entre Ríos debió interrumpirse por la multitud que se había agolpado.

Tres años después, la Casa Yankelevich era la más importante en el rubro de artículos de radio y Jaime era un hombre de fortuna. Podía haberse quedado en ese nivel dirigiendo su próspero negocio e incluso poniendo sucursales, pero él era un visionario audaz, pertenecía a esa raza de empresarios que se lanzan a proyectos gigantescos sin garantías de un resultado exitoso. En 1926 don Jaime (así lo llamaré de aquí en más), le compró Radio Nacional a Penella por el valor de $95.000, una suma enorme para aquella época. Consumió todos sus ahorros y quedó endeudado. Un día lo citó el juez de paz intimándolo a que levantara un documento, algo que para él era imposible en ese momento. Le expuso su proyecto al juez y fue tan elocuente y convincente que éste terminó prestándole dinero para que levantara la deuda y siguiera adelante.

Lanzó un programa de trabajo al que llamó “producción económica integral”, basado esencialmente en la publicidad y el desarrollo de programas en vivo. Fue el primer dueño de una radio que les pagó a los artistas. Rosita Quiroga, la voz arrabalera, la primera en cantar en la radio y la precursora de las grabaciones en discos de pasta, contó que Don Jaime le pagaba con dinero y cuando no podía le regalaba algún mueble.

La crisis económica de 1929 no lo afectó porque la radio era el único consuelo con que contaba la masa de desocupados. Cuando el dinero volvió a ingresar a través de la publicidad y una vez levantadas todas las deudas, trasladó las instalaciones a la calle Belgrano casi esquina Entre Ríos. En 1931 construyó una planta de transmisión de una manzana y colocó una gigantesca antena sobre el edificio de Obras Públicas y el complejo se transformó en la primera red o broadcasting llegando a los confines del país. Instaló corresponsales oyentes en todas las provincias que le enviaban las novedades de cada localidad. Mensualmente la mejor noticia era premiada con una medalla.

Durante la década de 1930, el complejo, que pasó a llamarse Radio Belgrano, nucleaba a los artistas más destacados y una de las principales ambiciones de un intérprete o de una orquesta era hacerse conocer a través de esa emisora. La programación se extendía desde las 7 hasta la una de la mañana y rara vez se escuchaban grabaciones.

Para demostrar que los artistas estaban en los estudios, Don Jaime los obligaba a que afinaran los instrumentos o a decir cualquier cosa, con tal que se advirtiera que nada de lo que se transmitía era grabado. Una de sus frases favoritas fue: “es preferible escuchar un cantor mediocre que un buen disco”.

Se supone que entre las cualidades de un empresario exitoso, debe figurar el tiempo que le dedica al funcionamiento y control de su empresa. Don Jaime llegaba a los estudios a la 6 de la mañana en el tranvía que pasaba por la puerta de su casa. Se retiraba muy tarde y a la una de la madrugada solía llamar por teléfono a la planta transmisora en Morón para ecualizar las líneas.

           Don Jaime junto con su esposa e hijo ante el equipo de radio

El advenimiento del régimen peronista le trajo sinsabores y beneficios. Cuando Eva Perón viajó a Europa, en 1947, Radio Belgrano, junto con las demás, hizo una emisión especial. Mientras Perón le hacía la despedida a su esposa en el puerto, se filtró una voz que dijo: “Son mentiras. No le crean. Es un mentiroso”. 

El objetivo era perjudicar a la radio y su dueño, y bien que se logró porque el gobierno consideró a Don Jaime responsable del mensaje y le cerró la radio que se reabrió cuando el régimen incautó todas las emisoras privadas. Entones le pidieron, y en esos tiempos había que interpretarlo como una orden, que se ocupara de manejar todas las radios estatales. Negarse hubiera sido suicida y a regañadientes firmó el contrato.

La relación positiva con el gobierno vino con el advenimiento de la televisión. Miguel, el hijo de Don Jaime estaba fascinado con este método de información que agregaba imagen al sonido y le insistía al padre de introducir en el país el nuevo fenómeno. Miguel tuvo una muerte prematura y Don Jaime decidió cumplir su deseo. Consiguió una audiencia con Perón y expuso con la elocuencia que lo caracterizaba el proyecto de instalar la televisión en el país. México y Brasil acababan de incorporarla y Argentina no podía quedar rezagada. 

Como todo estadista de fuste, Perón captó inmediatamente la importancia del nuevo medio como agente de propaganda. Cuando se llegó al tema de los costos, Oscar Nicolini, el Ministro de Comunicaciones de Perón, señaló: “A mí no me interesa todo el dinero que haya que invertir en este proyecto, cualquier cantidad de millones sería poca”.

En esa reunión estaba también Evita quien fue la que apuró los trámites diciendo: “Sí, sí, todo muy lindo, pero yo quiero que se televise el acto”, se refería al próximo Día de la Lealtad, es decir el 17 de octubre. De Estados Unidos se importaron los equipos y la antena y en solo 19 días y al costo sideral de 15 millones de pesos todo estuvo listo para inaugurar la televisión. Un día antes del evento el diario Crítica anunció con bombos y platillos la sensacional noticia de la primera emisión de televisión en la Argentina.

Al día siguiente fueron pocos los que lo vieron desde sus casas dado el costo elevado de aquellos aparatos, pero la vidrieras de los negocios que vendían televisores se rodearon de curiosos que contemplaban fascinados la plaza llena de gente y a Perón y Evita dirigiendo sus mensajes a la multitud. Como no existía el videotape, esas imágenes solo perduran en el recuerdo de los memoriosos. A partir de entonces se inauguró Canal 7 TV que durante 10 años conservó la exclusividad de ser el único.

Gustavo Yankelevich, nieto de Don Jaime, agradece el homenaje dedicado a su abuelo en los Premios Martín Fierro el 22/05/2011.

Don Jaime falleció 5 meses después, el 25 de febrero de 1952. Dejó una dinastía de empresarios de los medios de comunicación que llega hasta su nieto Gustavo que actualmente tiene su propia productora.

El viajero que recorra el barrio de La Boca encontrará una plaza ubicada en Ruy Diaz de Guzmán y Pinzón que lleva el nombre del impulsor de la radio y del pionero de la televisión argentina: Don Jaime Yanquelevich.

Como toda invención en el terreno de la información y de las comunicaciones, la televisión nos regala imágenes en vivo y en directo sobre acontecimientos en los lugares más distantes del planeta sea un concierto, un festival o una tragedia. También se vuelve frívola, fatua o intrascendente y la llamamos “la caja boba”. Puede entronizar o voltear a un candidato, popularizar a un intérprete hasta entonces desconocido o nos ofrece información falsa cuando el canal pertenece a un monopolio mediático que carece de escrúpulos. Hace 65 años, cuando Don Jaime incorporó la televisión a nuestro país, ¿se imaginaba el poder que alcanzaría este invento revolucionario?

Dolores Graña. Perdona nuestros pecados. Historia de la caja boba en Argentina. En la Argentina. Suplemento  RADAR de Página 12. 1999. http://www.archivo.pagina12.com.ar/1999/suple/radar/99-03/99-03-07/nota2.htm
Mirta Varela. Los 60 años de la televisión argentina. Todo es Historia, 2001, número 411.

Roberto Santoro. A 60 años de la muerte de Jaime Yankelevich. La Opinión 17/10/1976.

4 comentarios:

  1. Oswaldo C de Maryland11 de septiembre de 2017, 18:38

    Fascinante la historia de Don Jaime, Ricardo. Gracias por mandar.

    ResponderEliminar
  2. Excelente como todas tus notas.
    muchas gracias!

    ResponderEliminar
  3. Más que interesante, esta nota nos hace saber con claridad la evolución de dos medios fundamentales como la radio y la TV a través de la evolución de un ser como Don Jaime Yankelevich -pionero, si los hay!!!-Hombre que empezando de abajo transitó un camino que tornó en exitoso por su enfático temperamento creador y su visión admirable!!! GRACIAS por haberme hecho conocer con detalles este hecho memorable y enaltecedor para los todavía creemos que el esfuerzo, sumado a la percepción y el talento, son armas invencibles.

    ResponderEliminar