lunes, 7 de marzo de 2016

EL ARCHIVO DE JOEL FISHER

El asombro de Susan

En el subsuelo de una casa de Baltimore del estado de Maryland, hace días que Susan Fisher Sullman, munida de una lámpara estilo minero en su cabeza, está examinando los archivos de su padre. Todo comenzó cuando el historiador William Wells se comunicó con ella y le dijo que se había enterado por la sección necrológica del New York Times de la muerte de su padre. Según Wells, Joel Fisher, mientras servía en el ejército, había participado en el reconocimiento de las obras de arte robadas por los nazis. También le afirmó que como historiador le interesaba ver esos archivos. Susan Fisher quién era abogada, estaba muy ocupada con un juicio y olvidó el tema.


Pero quién no lo había olvidado, era el persistente Wells y habiendo pasado más de una década volvió a llamar a Susan con motivo de una filmación que se estaba llevando a cabo sobre tesoros robados por la Gestapo y las brigadas de las SS durante la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión la hija de Joel Fisher decidió investigar esos archivos.

 

Susan Fisher examinando los archivos en el subsuelo de su casa

A medida que fue leyendo las carpetas, Susan tomó conciencia de la participación de su padre quién día por día durante el último mes de la guerra se dedicó con un grupo de tareas a ordenar, clasificar y más tarde devolver a sus legítimos dueños, incontables objetos de valor y obras de arte escondidos en una mina de sal. A Susan no dejaba de asombrarle que su padre jamás le hubiera relatado un episodio de tanta trascendencia en su vida.

 

La mina de Merker

El 3 de Febrero de 1945, una escuadrilla de 937 bombarderos descargaron 23.000 toneladas de bombas sobre Berlín, destruyendo la ciudad y gran parte del Reichbank donde estaban las riquezas sustraídas al resto de Europa. Fue entonces cuando los nazis decidieron esconder todo ese material en un lugar más seguro y se decidió por la mina de Merker.


El 22 de marzo de 1945 el tercer ejército aliado bajo el mando del general George Patton cruzó el Rhin y se adentró a fondo en territorio alemán. El 4 de abril entró en el pueblo de Merkers, próximo al campo de concentración de Buchenwald. El general Eisenhower y su plana mayo contemplaron azorados las pilas de cadáveres, las cámaras de gas y los cientos de sobrevivientes en avanzado estado de desnutrición. El mismo horror experimentaron las avanzadas del ejército rojo cuando llegaron a Auschwitz en Polonia.


Mientras esto acontecía, la Policía Militar había detectado a través del informe de unas ex prisioneras que en la mina de Merker, esclavos traídos de Buchenwald estuvieron trabajando durante días trasladando cajones a las entrañas de la mina. Se había corrido la voz entre los prisioneros de que se trataba de tesoros robados a víctimas del Holocausto y a museos y bancos de los países invadidos.

Interior de la mina de Merker que muestra cientos de envoltorios que contienen todo tipo de joyas y obras de arte.

 

El inventario de Merker

Durante semanas un grupo de tareas entre los que estaba Joel Fisher acometieron el arduo trabajo de ordenar y clasificar el material robado. Había cajas que contenían los objetos personales de los prisioneros, joyas pulseras aros, collares y cientos de dientes de oro extraídos a los pobres infelices antes de enviarlos a las cámaras de gas. También había barras de oro, adornos y monedas del mismo metal.

Las obras de arte se dejaron para una segunda etapa, porque esta era la parte más difícil ya que algunas habían pertenecido a colecciones privadas y otras fueron directamente sustraidas a museos. Había cuadros de varios impresionistas, como la Plaza de la Concordia de Edgar Degas, El jardín de invierno de Monet , el Retrato de Adele Bloch-Bauer de Klimt y y obras de Modigliani y de Van Gogh como el famoso Retrato del Dr. Gachet. Todas estas obras eran consideradas por los nazis como “arte decadente”, lo que no les impidió apoderarse de ellas porque conocían su alto valor en el mercado.

 

         El jardín de invierno de Monet

También estaban los clásicos de la pintura flamenca como Rubens, Vermeer y Rembrandt. De este último se habían apoderado de varios de sus famosos autorretratos. Muchas obras de arte se salvaron porque antes de que los ejércitos alemanes invadieran Europa, los museos los habían retirado y escondido en refugios más seguros. Tal como ocurrió con el gigantesco cuadro de La Ronda Nocturna de Rembrandt que fue sacado de su marco y enrollado junto con otras obras del Rijksmuseum de Amsterdam y escondido en distintos bunkers de Holanda.

No faltaban esculturas como la Virgen con el niño de Michelangelo, conocida también como La Madona de Brujas, sustraída a una iglesia belga.

 

                          La Madona de Brujas de Michelangelo

Aparentemente Hitler en su megalomanía paranoica, consideraba que toda Europa estaría bajo el dominio alemán y Germania, la nueva capital del imperio de un tercer Reich de mil años de duración, iluminaría con su arte al resto del mundo. El supuesto imperio milenario no llegó a durar 12 años, pero en ese lapso mató a cincuenta millones de personas, devastó ciudades enteras y mostró que el ser humano era capaz de realizar atrocidades hasta entonces jamás imaginadas.

 

-Joseph Victor Stefanchik. Susan Fisher Sullam. Monuments Men: A Baltimore writer learns her father helped in the search for Nazi plunder. The Washington Post

Madeleine Duggan de Ferreira. Comunicación personal.

Bradsher G. Nazi Gold: The Merkers Mine Treasure. Prologue: Quarterly of the National Archives and Records Administration. Spring 1999.


 

2 comentarios:

  1. Oswaldo de Maryland7 de marzo de 2016, 22:05

    Muy buen relato, Ricardo. Gracias por mandar.

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  2. qué interesante! Reenvío por Facebook

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