jueves, 23 de febrero de 2012

CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

Cuando los ingleses instalaron el ferrocarril en la Argentina, fue la red más moderna y eficiente de América latina y una de las más extensas del mundo. Donde había desiertos surgieron pueblos que luego se transformaron en ciudades y durante décadas la mejor forma y a veces la única para llegar a diversos destinos era viajando en tren. Recuerdo cuando era pibe el placer que me daba viajar en coche camarote y cenar en el salón comedor del tren.
Claro está que este servicio, los ingleses no lo hicieron por sola simpatía hacia nosotros y estuvo lejos de ser una dádiva. Los gobiernos conservadores fuertemente probritánicos junto con su órgano de difusión que es el diario La Nación (que persiste en su anglofilia), dejaron libre acción a las empresas inglesas a través de contratos altamente beneficiosos para la rubia Albión. La rentabilidad que obtuvieron fue enorme así como la capacidad para manejar y distribuir la radicación de empresas convenientes a Inglaterra y simultáneamente perjudicar a las que no le eran propicias. Quienquiera profundizar el tema dispone de una excelente información en el libro Historia de los ferrocarriles argentinos de Scalabrini Ortiz.
Atento a estos aspectos, Perón los nacionalizó y fue uno de los caballitos de batalla que esgrimió a través de una propaganda desmedida. Dejemos de lado de que los compró a un precio más caro del que valían, porque ya empezaban a mostrar signos de obsolescencia. El hecho es que se limitó a hacer un mantenimiento básico del material que resultó insuficiente.
                                Perón firma la compra de los ferrocarriles

Los gobiernos democráticos que lo sucedieron (de los militares mejor ni hablar), siguieron con la misma conducta desaprensiva y aquellos trenes que habían sido el orgullo de muchos argentinos fueron quedando cada vez más rezagados dentro del sistema de transportes.
Durante el gobierno de la rata, los ferrocarriles formaron parte de las joyas de la abuela y se remataron junto con otras dos empresas que ningún otro país se hubiera atrevido a entregar a gobiernos extranjeros: YPF y Aerolíneas Argentinas. Es triste decirlo, pero la rata lo hizo con el beneplácito de gran parte de la ciudadanía.
Se levantaron numerosos ramales y los respectivo pueblos quedaron rezagados y con éxodo de sus habitantes. Algunos se transformaron en pueblos fantasmas.

                   Estación Las Varillas en Córdoba, hoy sala de reuniones

Respecto de Aerolíneas Argentinas, el gobierno de los K tomó al toro por las astas, adquirió los despojos que quedaban, le inyectó capital y mediante una gestión audaz la transformó nuevamente en una aerolínea competitiva y útil para el país.
En cuanto a Repsol-YPF, la presidenta Cristina acaba de tomar conciencia de que los dueños españoles enviaban todas sus remesas a la casa matriz en detrimento de la producción de los derivados del petróleo. Esta saga recién comienza y veremos como sigue.
Contrariamente a las actitudes enérgicas adoptadas en otras materias, el gobierno de los K fue desaprensivo con el tema de los ferrocarriles. Tuvo una actitud inadmisiblemente tolerante con el secretario de transporte Ricardo Jaime, acusado de corrupción, enriquecimiento ilícito y absoluta inoperancia.


                                           Ricardo Jaime

La Comisión Nacional de Regulación del Transporte hace rato que viene haciendo denuncias sobre la falta de mantenimiento de la línea Sarmiento a cargo de TBA del grupo Cirigliano, que tiene la concesión desde 1994. A costa del Estado, el grupo Cirigliano ha ido creciendo y actualmente tiene otras empresas incluyendo varias líneas de colectivos.

Un relevamiento realizado por un ente independiente dijo hoy en el programa de Mario Wainfeld de Radio Nacional que la línea Sarmiento es responsable del 34% de los accidentes violentos que ocurrieron en Buenos Aires.
El gobierno y el Secretario de Transporte no podían ignoran todas estas señales de alarma, verdadera crónica de una muerte anunciada que culminó con la tragedia de ayer.
Si Cristina quiere conservar el alto estándar de aceptación que tiene como conductora del país, debe tomar una serie de medidas drásticas y me atrevo a sugerir las siguientes:
·         Reemplazar a Schiavi, no tanto por lo que no hizo ya que hace escaso tiempo que está al frente de la Secretaría de Transporte, sino por sus declaraciones de ayer. Se limitó a defender a ultranza al conductor, no hizo comentarios sobre el concesionario y encima dijo dos frases muy poco felices que muestran su escasa cintura para manejar un tema de la complejidad del transporte. Dijo que si el accidente hubiera ocurrido el día anterior no habría habido tantos muertos, o sea que la gente tiene que viajar en días feriados para reducir sus chances de mortalidad. Como si esto fuera poco agregó que los usuarios tienen la (mala) costumbre de viajar en el primer vagón. Es decir, en un tren donde no cabe un alfiler hay que dejar un vagón vacío y de esta manera cuando choca no se muere casi nadie. Dijo que el tren frenó bien en todas las estaciones. O mintió o no estaba informado de que muchos testigos señalaron lo contrario. Por suerte no permitió preguntas a los periodistas, porque lo habrían destrozado.
·         Quitarle la concesión a TBA.
·         Mejorar con urgencia la seguridad y las condiciones deplorables en que viajan los sufridos pasajeros que van a Plaza Miserere, poniendo mucho dinero y una dirección empresaria idónea.


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