domingo, 25 de diciembre de 2011

LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA

Diagnosticar la enfermedad de un paciente es un hecho cotidiano que se repite millones de veces, en consultorios, reuniones médicas, ateneos y conferencias.

En ciertas ocasiones aseverar un diagnóstico en el lugar inapropiado y con referencia a un paciente muy particular, puede ser peligroso e incluso costarle la vida al médico, aún al más famoso y prestigiado de su época.
El médico era el Dr. Vladimir Bekhterev y el paciente se llamaba Iósif Vissariónovich Dzhgashvili, más conocido en los textos de historia y de política como José Stalin.

En la época en que ocurrió el episodio que a continuación relato, Bekhterev se encontraba en la cumbre de su fama. Indiscutiblemente estaba considerado el mejor psiquiatra de la Unión Soviética y sus publicaciones científicas eran leídas por los especialistas de todo el mundo. Era uno de los pocos investigadores que dominaba con solvencia dos disciplinas como eran la psiquiatría y la neurología a las cuales aportó numerosos descubrimientos. Un reconocido anatomista llegó a afirmar que: “Sólo dos personas conocen los misterios del cerebro: Dios y Bekhterev.

                                       Vladimir Bekhterev
Hoy día en que los investigadores más destacados publican a lo largo de su vida un promedio de trescientos a quinientos trabajos científicos, Bekhterev llegó a escribir 700 artículos que fueron reproducidos en las mejores revistas del mundo occidental. También publicó 10 libros.

Además, Bekhterev tenía inquietudes sociales que lo llevaron a incursionar en política en varias oportunidades, ejercicio que suele ser peligroso en cualquier época de la historia de Rusia. En 1905 fue arrestado por una conferencia que dio en Kiev donde criticó algunas reformas del Zar. En esa ocasión el poder fue magnánimo con él ya que sólo estuvo entre rejas unos pocos días. Esta suerte no se repetiría décadas después pese a la fama y prestigio que había alcanzado Bektherev.

En diciembre de 1927 tuvo lugar en Moscú el primer congreso de Neurología y Psiquiatría de la Rusia Soviética y Bektherev en el pico de su notoriedad fue invitado como presidente honorario. Antes de salir de Leningrado, su lugar de residencia, para dirigirse a Moscú, recibió un telegrama del Departamento Médico del Kremlin para que concurriera a la brevedad.

José Stalin, secretario general del partido comunista, concentraba un poder que pocos estadistas habían logrado a lo largo de la historia. Por entonces, Stalin era un megalómano, un paranoico y tenía un fuerte complejo de persecución. Las purgas, asesinatos y deportaciones estaban en su apogeo y los gulags rebalsaban con prisioneros políticos.

El otro problema de Stalin es que tenía cierto grado de atrofia e inmovilidad en la mano izquierda, dolencia que arrastraba desde la infancia. El destacado neurólogo Kramer había examinado al dictador y pidió una interconsulta con Bektherev y este fue el motivo del telegrama.

Bektherev llegó tarde al congreso y cuando le preguntaron la razón de su retraso comentó que venía de atender a un paranoico con una mano atrofiada. Los espías de Stalin pululaban en todas partes, incluso en los eventos científicos y el desafortunado comentario de Bektherev no pasó desapercibido.

El 23 de diciembre después de la apertura del congreso, como suele suceder con estos eventos, sus autoridades organizaron un programa en el Teatro Bolshoi. En el intervalo, dos desconocidos se aproximaron al palco de Bektherev y lo invitaron a tomar bebidas y postres en el buffet. A su regreso del espectáculo se dirigió al domicilio de un colega que le había ofrecido su casa. Pronto comenzó con vómitos violentos y su salud se deterioró rápidamente. Se presentaron unos médicos, que no fueron los que solicitó la esposa, siguieron con atención el caso y diagnosticaron gastroenteritis aguda y, además, se tomaron el atrevimiento de revisar todos sus papeles.

Al día siguiente Bekhterev falleció y no se autorizó la autopsia. Su nombre fue borrado de la Unión Soviética y recién con el advenimiento de Khurshev se lo reivindicó y se lo reconoció como el gran neurólogo de Rusia. Se imprimieron estampillas en su memoria y se erigió un monumento en el sitio donde yace su cuerpo en el cementerio de San Petersburgo.

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